Playa Las Conchillas. Río Negro. 2016 © Leo MicieliHay una diferencia grande entre decir que uno va a viajar por tal lugar, a efectivamente viajarlo. Esta verdad, tal vez de Perogrullo, da una pauta de lo volátil que puede resultar un plan, qué hechos modifican el rumbo y los tiempos, qué lindo que en el camino se presenten sorpresas. Planear un viaje, o lo que sea, nunca es un verdadero plan. Más bien es una suerte de especulación sobre qué cosas podrían resultar más probables que sucedan en base a lo que uno dispone y lo que se pretende hacer, con el factor «incertidumbre» como variable imponderable. Una especie de pronóstico que, siempre sujeto a los pequeños e intangibles detalles, puede resultar en algo completamente distinto a la idea original. Los meteorólogos lo saben. Mi viaje hasta ahora ha tenido mucho de esto, y eso que recién comienza. De esto se trata también el viajar, que los imprevistos den un resultado mejor que lo pensado primeramente.
Esta vasta Patagonia tiene infinidad de lugares por visitar, sin contar las épocas particulares del año, las personas, climas, oficios, costumbres, rutas, procedencias y toda clase de etcéteras. En esta última parte de 2016 se me ha hecho persistente el mar. Y ya que nada es casualidad, me pregunto entonces qué razones hay detrás. Creo que la respuesta es simple: apertura, libertad, horizontes sin fin. Algo se cierra para mí en este 2016, y algo se abre.
Ruta Nacional 3. Río Negro. 2016 © Leo MicieliSaliendo de Viedma comienza ya a configurarse algo que se repite a menudo en estas latitudes: las extensas carreteras desoladas, rectas, sin nada a izquierda ni derecha, ni tampoco adelante ni atrás. Da casi la sensación de estar uno inaugurando esa ruta que al parecer nadie ha transitado antes. Cada tanto pasa algún vehículo y la soledad se ve interrumpida fugazmente. Parte de la fauna de aquí, ñandúes, tortugas, liebres, maras, guanacos, se dejan ver hacia los costados, y a veces cruzan la ruta a la velocidad que pueden, lo cual en el caso de los más lentos resulta en peligro para el animalito y para los conductores. No cuesta nada parar y ayudar a la pobre tortuga, por caso, a seguir su camino libre de riesgo.
Hasta San Antonio Oeste son unos 180 kilómetros, pero antes, debido a un nuevo imprevisto en el camino, me quedo unas horas en su hermano gemelo, San Antonio Este, el puerto.
Puerto de San Antonio Este. Río Negro. 2016 © Leo MicieliEs una localidad de alrededor de 400 habitantes. Calles principalmente de tierra, poca actividad visible, apenas el sonido del viento, algún auto, un perro, negocios que se adivinan abiertos. Y algunas personas que observan al pasar la presencia de un sujeto con aspecto de precario astronauta, cargado con varios kilos de cosas en su espalda y pecho, y una vestimenta exagerada para las condiciones calurosas de ese día. De todas formas se muestran amables ante alguna pregunta que les hago, aunque al parecer el estupor ya no tiene vuelta atrás.
En términos generales podría decirse que es un lugar agreste, pero resulta que hay un puerto. Sucede algo con los puertos, por muchas razones son figuras metafóricas recurrentes: el ir y venir, lo nuevo que llega, tomar y soltar, como lo son los ciclos de la vida. También, y aún más en estas épocas de inmediatez y de culto a lo efímero, los puertos simbolizan los tiempos largos y pausados, la paciencia, la alegría y el descanso de la llegada antes de iniciar otra partida, los procesos esenciales a pesar de ser anónimos, quizás aquello que hemos últimamente perdido y que venimos (vengo) a recuperar.
San Antonio Este. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
San Antonio Este. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
Ruta Nacional 3. Río Negro. 2016 © Leo MicieliCercanas a esta localidad, a menos de cinco minutos o pocos cientos de metros incluso, se encuentran playas bastante particulares por varios motivos. En principio, clara y definitivamente son playas que no entran en la categoría de turismo masivo, me animo a decir que ni siquiera en la de turismo. A modo general convendría describirlas de la siguiente forma: toneladas de blancas conchillas marinas dispersadas hasta donde alcanza la visión. En mi carácter de montañés, nunca vi ni imaginé algo así. Da gusto hasta pisarlas, porque desprenden un sonido terapéutico. Ni hablar de cuando el agua las moja en pleamar, la analogía más cercana de un sonido a un cielo estrellado.
Y, aunque no lo sea, se repite y se palpa la sensación de espacio virgen, lejos de la habitual invasión de personas y artificios, sin más percepciones que las que la naturaleza del lugar provee a los sentidos. Las pocas personas que también llegan ahí se ven a lo lejos, pequeñas y en paz, tal como uno mismo lo está.
Punta Perdices. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
Playa Las Conchillas. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
Punta Perdices. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
Punta Perdices. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
Punta Perdices. Río Negro. 2016 © Leo MicieliNacidos en la bahía de San Antonio, a una hora en micro se encuentra el otro gemelo, San Antonio Oeste. Con una población ampliamente superior al puerto, es la cabecera del departamento que lleva su nombre, y por supuesto tiene una vida urbana mucho más activa, aunque el sentir pausado de pueblo todavía persiste y se hace notar. Aún conserva construcciones antiguas, se pueden ver casas con chapas de zinc, al pasar por una escuela los niños juegan juegos de antaño. Claro, es una primera y única impresión de este lugar en el que estuve pocas horas, no es suficiente para describir nada, pero me sorprendió encontrarme repetidamente con aspectos y situaciones que, afortunadamente, han quedado como al resguardo del tiempo y de los llamados avances, que en verdad ya sabemos que no son tales.
Da para pensar en cuánto de esta modernidad es verdaderamente útil. Qué cosas han venido en serio a hacernos la vida más agradable o más sencilla. Qué habría que ir dejando de lado en pos de quedarnos con lo que en realidad nos hace bien.
San Antonio Oeste. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
San Antonio Oeste. Río Negro. 2016 © Leo MicieliLas Grutas se ha convertido desde algunas décadas en un destino veraniego muy importante, una alternativa turística cada vez menos diferente que las populares playas de más al norte. Tiene sus singularidades geográficas y una belleza que se hace evidente apenas se llega. Ya el nombre describe en parte algo de este lugar, grutas y acantilados de poca altura que bordean la playa y son el signo distintivo, más otros acantilados ya más altos desde los cuales se ve el mar sin límites, sumado a las aguas sorprendentemente cálidas y de un color azul-verdoso intenso, y el entorno que aleja de la idea de que se está en la Patagonia. Este último aspecto puede tener su lado agradable o no, o ambos a la vez, según quien lo experimente.
Es una localidad que muestra signos claros de crecimiento urbano, pero aún más turístico. Llego a finales de noviembre, aún en temporada baja, y entre las 14 y las 19 hs la concurrencia de turistas es grande, con todo lo que esto implica. Es aquí cuando la idea de estar en Patagonia termina casi por esfumarse.
Las Grutas. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
Las Grutas. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
Las Grutas. Río Negro. 2016 © Leo MicieliYa fuera de lo que a turismo respecta, llámese casino, comercios de venta de recuerdos, opciones de gastronomía, bares, la simbiosis glamour-papas fritas, y una larga lista de imprescindibles turísticos, es un bello lugar. Aguas con oleaje muy bajo, formaciones rocosas que en bajamar forman piletones, arenas finas, un entorno marino azul y cálido, y por supuesto las famosas grutas. La fauna también hace su aporte como puede. Los hermosos loros barranqueros, aunque no en tanta cantidad, siguen habitando y formando cuevas en la roca, y a graznido limpio intentan hacerse dueños de la playa. Por supuesto, no pueden, pero dan batalla. Aparece también en el mar una loba marina, que cada tanto asoma su cabeza cerca de un nadador que no la nota. Según me cuentan, son animales muy curiosos, además de simpáticos.
Las Grutas. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
Lobo marino y un nadador. Las Grutas. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
Las Grutas. Río Negro. 2016 © Leo MicieliA 130 km de Viedma, yendo por Ruta Nacional 3, está la Reserva de Usos Múltiples Caleta de los Loros. Esta vez, volvemos a la sensación de territorio virgen de otras partes costeras, aunque con una amplitud aún mayor. La combinación de fuertes vientos, mareas y arena da como resultado unas formas preciosas, imposibles de ser diseñadas. Innumerables charcos de agua salada y finas capas de arena seca mezclada con húmeda, curvas y más curvas en los médanos cubiertos por tamariscos. En fin, algo que a esta altura tal vez no debería sorprender, pero lo sigue haciendo una y otra vez.
Tiene lógica: habituados a naturalizar el cemento, el plástico y el humo, a desechar lo que ya no se usa y a pretender hacer las cosas mejor que la propia Tierra, para los seres humanos occidentales y urbanos que somos, lugares maravillosos como éste, ya creados y que funcionan a la perfección sin repetirse ni una sola vez, son motivo de absoluta sorpresa.
Reserva Caleta de los Loros. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
Reserva Caleta de los Loros. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
Reserva Caleta de los Loros. Río Negro. 2016 © Leo MicieliTan extenso es aquí que los demás visitantes que llegan no perturban la paz reinante. Salvo que ocurra lo que ya conocemos, desperdicios, incendios por descuido o provocados, los parlantes a todo volumen con música de espanto en alguna camioneta. Incluso quienes vienen suelen entrar con sus vehículos y cuatriciclos a la playa, sin ningún tipo de invasión, y las huellas que quedan en la arena también dejan dibujos interesantes, que en pleamar serán borrados para volver a escribir otra cosa al día siguiente.
Da un inmenso placer disfrutar de lugares así, pero aún más cuando sabemos de nuestros vicios humanos y, al menos quienes pretendemos estar concientes, no caemos en ello.
Cangrejo de las rocas. Reserva Caleta de los Loros. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
Reserva Caleta de los Loros. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
Reserva Caleta de los Loros. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
Reserva Caleta de los Loros. Río Negro. 2016 © Leo MicieliYa imaginaba que volver a la Patagonia sería más que un volver a un lugar que me enamoró. Lo confirmo en todo momento, lo elijo en todo momento. A días de cerrar el año, lo hago con aires renovados, con mirada amplia y más cerca de quien uno es realmente: alguien más simple del que supuso.
Más allá de los bellos lugares que hasta ahora he visitado, me quedo con la maravilla generada por ellos, la impresión de sentirse parte de algo infinito, sentir también que uno lo es ¿En qué momento se desdibuja esa grandeza? ¿Existe tal grandeza? ¿Qué hacer para recuperarla? No tengo intención de encontrar respuestas, hasta ahora no las necesito. Las preguntas por sí solas son las que me han traído hasta aquí.
Reserva Caleta de los Loros. Río Negro. 2016 © Leo Micieli
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